Navidad: el sentido de la vida
Una mirada a José, al silencio que confía y a la esperanza que nace en medio del caos.
Colaboración de Alejandra Diener (ale@alediener.com)
Cada Navidad regresamos —casi sin darnos cuenta— a los mismos gestos: la mesa compartida, las luces encendidas, las recetas heredadas, los villancicos que nos saben a infancia. Hay algo profundamente humano en las tradiciones; nos sostienen, nos ordenan el tiempo, nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos. Pero si soy honesta, cada año me pregunto si, entre tanto ruido, no se nos escapa lo esencial.
La Navidad no fue un cuento bonito. No nació envuelta en armonía, ni en certezas humanas, ni en escenarios cómodos. Y quizá por eso —precisamente por eso— sigue teniendo tanto que decirnos hoy.
Cuando pienso en la Navidad, cada vez vuelvo más a José. No al José idealizado de las estampas, sino al hombre real, justo, silencioso, enfrentado a una historia que no eligió, pero que decidió asumir con fe.
José no recibió explicaciones largas. Recibió una misión. María estaba encinta y aún no eran esposos. La ley, la cultura y el juicio social no jugaban a su favor. Humanamente, todo era confuso. Y, sin embargo, José creyó. Creyó cuando no tenía control. Creyó cuando su reputación estaba en juego. Creyó cuando lo más fácil habría sido apartarse.
A veces olvidamos que el nacimiento de Jesús ocurrió en un contexto político y social tenso. El viaje a Belén no fue una peregrinación romántica, sino una obligación impuesta por un censo romano. Caminaron cansados, incómodos, probablemente con miedo. No encontraron posada. El Hijo de Dios nació en la precariedad, en la periferia, en lo que no cuenta. Y José estuvo ahí, sosteniendo, protegiendo, resolviendo lo concreto mientras confiaba en lo invisible.
Después vino la huida. Herodes. La amenaza. El exilio. Otra vez la incertidumbre. Otra vez empezar de cero. Y otra vez, José obedeciendo sin hacer ruido.
Ahí es donde la Navidad deja de ser una escena lejana y se vuelve profundamente cercana. Porque ¿Cuántas veces nuestra vida tampoco se parece a un cuento? ¿Cuántas veces los planes se rompen, los tiempos no coinciden, las cargas pesan más de lo esperado y el futuro se vuelve incierto?
El sentido de la vida no se descubre cuando todo está en orden, sino cuando, aun en medio del desorden, decidimos confiar.
José nos enseña que la fe no siempre grita; muchas veces calla y actúa. Que amar no es entenderlo todo, sino permanecer. Que la verdadera fortaleza no está en el control, sino en la fidelidad a lo que Dios pide, incluso cuando no lo explica.
María y José no entendieron todo, pero hicieron la voluntad de Dios. Y eso cambió la historia.
La Navidad nos recuerda que Dios entra en nuestra realidad tal como es: frágil, incompleta, herida. No espera condiciones ideales. Nace ahí donde hay espacio para la confianza. En una familia real, con miedos reales, con decisiones difíciles, con un “sí” que se renueva cada día.
Por eso, el verdadero sentido de esta época no está solo en lo que damos o recibimos materialmente, sino en lo que aprendemos a entregar de nosotros mismos: tiempo, paciencia, perdón, presencia. Está en volver a lo esencial, en mirar a los nuestros con más misericordia, en reconciliarnos con nuestra propia historia.
La Navidad nos invita a vivir como José: a cuidar lo que se nos ha confiado, a proteger la vida incluso cuando cuesta, a caminar aun sin tener el mapa completo, a creer que Dios actúa también en lo ordinario.
Tal vez este año no todo esté en su lugar. Tal vez haya ausencias, cansancio, preocupaciones o decisiones difíciles. Pero justamente ahí, en esa realidad concreta, puede nacer algo nuevo.
Porque la Navidad no promete una vida sin tribulaciones. Promete una vida con sentido. Un sentido que se descubre cuando confiamos, cuando amamos, cuando obedecemos, cuando seguimos adelante aun con miedo.
Y quizá, si bajamos un poco el volumen del ruido y encendemos la luz interior, podamos reconocer que el mismo Dios que confió en José y María, hoy sigue confiando en nosotros.
Ahí —en esa confianza— comienza, una vez más, el verdadero milagro de la Navidad.



